Queridísimo Jesús, con motivo de esta tan gozosa como fructífera triple efemérides que queremos celebrar contigo: 75 años de vida, 50 de cura y 25 de ejercicio sacerdotal en la montaña lucense, un amigo común me pide que le haga llegar algunas reflexiones para un pequeño homenaje que se te pretende hacer.
Aprovecho este momento tan especial para hacer un brevísimo balance de lo que nuestra relación supuso para mí. Estoy de acuerdo en que una de las características fundamentales de la amistad entre dos personas es la reciprocidad, aún cuando la nuestra es un tanto asimétrica y desigual porque siempre he recibido de ti mucho más de lo que he podido aportar. Hace más de cuarenta años que te conozco y desde entonces se ha ido construyendo una relación de afecto, respeto, confianza, tolerancia y cariño. En aquel entonces yo estaba en el seminario preparándome para la “cura de almas” y tú estabas ya en el pleno desempeño de tu ejercicio sacerdotal y para todos aquellos de nosotros que tuvimos el gozo y el privilegio de compartir el testimonio de tu vida fuiste siempre un referente moral, ético y de compromiso solidario con todos, especialmente los más marginados. Para todos aquellos jóvenes que te conocíamos, seminaristas o no, eras una persona carismática con un brillo especial, una figura sumamente atrayente que encarnabas la rebeldía, los ideales y las inquietudes de nuestra juventud. Con tu palabra y testimonio aprendimos a sintonizar, a vibrar, de manera sumamente positiva con todo aquello que buscaba, desde el compromiso personal, transformaciones de la Iglesia y de la propia Sociedad. Tu persona enganchaba, liberaba y nos traía un aire fresco y vivificante frente a aquel lastre de una mundo religioso (y social), tan tradicional y, a veces, tan asfixiante. Contigo aprendimos a abrirnos esperanzados a un mundo en profunda transformación, y a reflexionar y dialogar con todos aquellos que estaban en opciones y creencias culturales distintas.
Años después cuando, por avatares de la vida, abandoné los estudios eclesiásticos de preparación para la “cura de almas” por los estudios de medicina para la “cura de cuerpos”, los ideales compartidos, los consejos recibidos, las opciones de compromiso con los más marginados, dolientes y enfermos de la sociedad, de ti aprendidos marcaron profundamente mi trayectoria profesional. En más de una ocasión, Jesús, hemos hablado de las similitudes y diferencias entre el ejercicio de la “cura de almas” y la “cura de cuerpos” y una vez más me refirmo en el convencimiento de la superioridad, excelencia y dificultad del ejercicio de sanar y reconducir almas, tal como tú lo entiendes y encarnas, que de sanar cuerpos. En cualquier caso, queridísimo Jesús, ayer ,hoy... y espero que durante mucho tiempo, el ejemplo de tu vida, el carácter profético de tu compromiso han sido son y serás una de las experiencias más gozosas de mi vida.
GRACIAS, JESUS, Y MUCHAS FELICIDADES.